La Rosa de la Alegría



No perdáis vuestro tiempo ni en llorar el pasado ni en llorar el porvenir. Vivid vuestras horas, vuestros minutos. Las alegrías son como flores que la lluvia mancha y el viento deshoja.
Edmond Gouncourt

Cada vez que pasaba por aquel lugar sucio y húmedo, le recordaba las horas perdidas en aquel sitio oscuro al que nunca más regresaría. Era evidente que continuaría adelante, buscando, sin freno, no sin algo de desesperación, pues tenía claro que el futuro le deparaba algo más, algo interesante, algo a lo que no podía dar la espalda por más tiempo. Cogió el viejo abrigo heredado de su abuela y poca cosa más y huyó rápido, sin tan siquiera volver la vista atrás para despedirse, sólo quería mirar al frente, justo hacía delante, era allí por donde el destino la sorprendería inevitablemente, era una intuición, un fuerte presentimiento. Alguien, hacía poco le había dicho con toda la razón:
- Escucha a tu corazón. No vayas en contra, porque entonces nunca encontrarás la tranquilidad.

De aquello hacía ya tiempo. Se sentía bien, por fin estaba serena y ufana, con ganas de todo, con ganas de decirle a todo el mundo cual era su estado de ánimo, de explicar como había conseguido darse cuenta de cual era su verdadero camino, por donde no debía deternese nunca. No le daba miedo el sacrificio que tuviera de hacer, ni las horas de trabajo, ni los ratos de soledad, ni las de recogimiento, todo aquello sería bienvenido, se convertiría en una parte importante de su vida. Era consciente también de que no podía reservar para ella todo el conocimiento que iba adquiriendo, que aquello que aprendería con los años, estaba obligada a compartirlo, por lo tanto, antes debería hacer un gran esfuerzo, un gesto de renuncia, un gesto profundo y de magnitud incalculable, un gesto que la haría dudar, tambalearse y en algún momento arrepentirse, pero era esencial para caminar por aquel camino que había escogido. Todo y todos tenían fe en sus posibilidades.

Estaba sumergida en profundos pensamientos que la llevaban a navegar arriba y abajo, sin dejar de moverse, puede que con demasiada energía, situación que debería empezar a controlar para que no se descontrolase el proceso de aprendizaje. Recordaba con una sonrisa cuando se le presentó el momento de elegir. Fue un momento difícil. Era una decisión muy importante la que debía tomar como para tomarla de forma precipitada. Era el si, o el no. Era el hasta aquí y empezar de nuevo o bien, el todo sigue como hasta ahora, monotonía, aburrimiento, desidia...

Fue un claro día de primavera, temprano, justo a la hora que a ella le gustaba pasear por la playa. Estaba profundamente concentrada en sus pensamientos, en aquella lucha interna que no la dejaba parar ni un solo día, desde que un punto de claridad apareció delante de ella. Se mojaba los pies, notando el frescor del agua y el calor del sol en el resto de su cuerpo. Se lo pensó dos veces antes de introducirse en el agua, estaba todavía un poco fría. No apetecía mucho, en cambio lo hizo, por que sabía que lo tenía que hacer, le gustara o no. Tenía muy claro que el impacto de la piel con las aguas a veces hace reaccionar el cuerpo de forma que lo rechaza, pero que una vez el cuerpo se acostumbra a aquella temperatura, el contacto se vuelve de lo más agradable. Es cierto, que dependiendo de la temperatura del agua, es más o menos fácil acostumbrarse. También tenía muy claro que la misma energía desprendida por el cuerpo, hacía que el baño fuera más o menos soportable. Entró en el mar dejando que sus pies se cubrieran por las espumosas y rizadas olas. Más tarde, fueron las rodillas y unos pasos más adelante, por fin las caderas. Aquí se detuvo, fueron unos instantes de gran duda interna, volvía a producirse la lucha, tomar una decisión que aparentemente sería rechazada por su cuerpo, en cambio, la atracción por aquellas aguas... era demasiado fuerte. Siempre que se lanzaba lo hacía con todas las consecuencias, siempre consciente de los impedimentos o de las trabas que pudieran aparecer. Ella se sentía capaz, segura de si misma, con absoluta fe en aquello que tanto ansiaba. Hizo una fuerte inspiración y se tiró de cabeza, sumergiéndose por completo, abusando con placer, gozando de aquel increíble momento, aquel rato de espiritualidad tan intensa que la transportaba allí donde quería llegar, cada día un poco más lejos, cada día más arriesgado pero al mismo tiempo con más seguridad. Sentía como el placer se metía en los poros de su piel, como la hacía sentir escalofríos y temblar a la vez, como la sensación de liberación y de sincronización cuerpo alma se acababa de producir provocando aquellas olas de satisfacción.

Estaba profundamente sumergida cuando de repente un ruido a su espalda le hizo dar un salto de sorpresa. Alguien más se había sumergido con ella, alguien la estaba acompañando en el trayecto y hasta aquel momento no se había dado cuenta. Alguien que la quería de verdad, alguien que pensaba todos los días en cuando se produciría el encuentro. Finalmente había llegado el momento. La advirtió de su presencia, con delicadeza, con todo el cuidado que se puede tener con aquello que más quieres. Ella se volvió lentamente con excesiva paciencia, quizás. Lo reconoció sin ninguna duda, supo quien era al instante. Era él, era aquello que tanto deseaba, era su amor, era su tesoro más preciado.
Se dieron la mano con ternura, con una ternura que hacía remover los sentidos, para continuar nadando, a veces sumergidos, a veces sacando la cabeza fuera de las aguas para coger aire, llenarse y volver a bucear. Disfrutando de la alegría que la impregnaba por primera vez. Una alegría intensa, un goce difícil de explicar con palabras. En un momento dado, mientras disfrutaban de las profundidades del mar, la chica distinguió de lejos una perfecta Rosa de agua que su acompañante percibió al mismo tiempo. Se sumergió hasta la parte más profunda del océano para coger la Rosa para su amada, arriesgando todo lo que tenía, sin dudarlo un instante. Ella le agradeció el gesto eternamente. Tenía claro que si no hubiera tomado aquella decisión nunca se hubieran encontrado y nunca hubiera disfrutado del placer de la alegría por haber elegido correctamente.