La Rosa de la Nostalgia




El hecho de ser habitados por una nostalgia incomprensible sería, al fin y al cabo, el indicio de que hay un más allá.
Enrique Ionesco

Cada vez que lo pensaba era más evidente, estaba tranquilo pues no iba desencaminado cuando imaginó que todo aquello sucedería un día u otro. Estaba claro, no se podía desafiar así al destino, el destino era irrefutable, era la única parte de nosotros mismos que no podíamos controlar, porque el destino no se puede modificar. Decidió levantarse tan pronto como la luz penetró por los pequeños orificios de la persiana a medio bajar. Hacía rato que daba vueltas en la cama, como en las últimas noches, desde que Rosa se había ido para no volver. Había sido clara:
- No estoy enamorada de ti, - le dijo mientras llevaba en una mano la maleta y en la otra el libro al que se aferraba como si fuera un tesoro.

Se empezó a vestir lentamente, escogiendo con precisión la ropa que se pondría, era pulcro hasta en eso, una manía como otra que le venía desde pequeño. A veces se remontaba a la época de la infancia, pues de allí le asaltaban los mejores recuerdos, fue realmente feliz. Cuando empezó el Instituto todo fue progresivamente a peor, quizás sería exagerar, algún que otro problemilla, sobre todo sentimental. Se inició en el sexo un poco más tarde que sus amigos, era su timidez la que se lo impedía, al igual que colaborar en las gamberradas a las que estaban acostumbrados sus compañeros de clase. Él no se sentía bien con aquel comportamiento, estaba claro que era otro tipo de persona que nada tenía que ver con aquella cuadrilla de energúmenos. Esos eran tiempos pasados, historias que ahora sólo perduraban en su mente como retazos de su vida de juventud. El desengaño más fuerte, sin duda lo sufrió con Rosa. Él lo había dado todo, se había sacrificado por aquel amor que le pareció que podía ser para toda la vida, un amor sincero, al menos por su parte, un amor desinteresado, sin ligaduras que no fueran más allá de la fidelidad, de la auténtica pureza.
Recordó como la había conocido. Ella estaba sentada en un banco, en el parque, cerca de la estación del tren, en la parte más céntrica del pueblo. Leía un libro, estaba totalmente sumergida en la lectura, pues ni tan sólo se dió cuenta de que él se había sentado a su lado. Tenía el día libre, era domingo y ningún plan familiar, ni con los amigos, por delante. Le apetecía dar una vuelta. Paseando se fijó en ella y sin saber porque decidió conversar. Fue quizás su templanza, sus cabellos, su aspecto delicado o quizás lo fue todo a un mismo tiempo, todo en aquella mujer le atrajo irresistiblemete. Realmente parecía un ángel. El sol penetraba de pleno en sus dorados cabellos, la iluminaba de tal manera que el reflejo era cegador. La observó detenidamente mientras ella era transportada por la narración de aquel libro. Sintió intriga por saber de que trataba aquella lectura que parecía tan interesante. De vez en cuando la observaba tímidamente de reojo, le parecía una impertinencia interrumpirla, fue por ese motivo por el que pensó que mejor esperaría a que ella diera la lectura por finalizada. Transcurrió una rápida hora, ni tan siquiera había pestañeado, parecía que no tenía ninguna prisa por acabar. Se dió cuenta de que le quedaban todavía muchas paginas. No tenía prisa, esperaría.
Transcurrió otra hora. Por un momento creyó que estaba decidida a acabar el libro durante aquella mañana primaveral. La verdad era que se estaba muy bien en aquel lugar que la chica había elegido para pasar la cálida y tranquila mañana. Hasta ese momento, no se había percatado de que próximos a ellos había gente paseando, algunos niños jugando tranquilamente, sin molestar a nadie. Otros, que como ellos, se habían acomodado en un banco leyendo el periódico o bien hablando. Todo era perfecto, agradable, pacífico. Si el tiempo se hubiera detenido en aquel preciso instante, la postal hubiera sido una de las más maravillosas que se podían obtener sobre las imágenes de la vida. Era muy cierto que no tenía ninguna prisa, pero tampoco tenía intención de quedarse allí todo el día. Decidió entonces, esperar unos minutos más, si para entonces la chica seguía sin dar señales de concluir, iniciaría una conversación. Dejó volar su mente, pensativo, sumergido en agradables recuerdos al tiempo que disfrutaba observando a los niños que jugaban delante de él. De repente una inoportuna motocicleta, haciendo un ruido estrepitoso, se paró detrás de ellos. Los gases desprendidos por el tubo de escape y la rabia de aquel motor, rompieron el encanto de la postal.
Se volvió, curioso. Un joven, alto y delgado, vestido con tejanos, camiseta y botas, se estaba sacando el casco de protección, para poder llamar a una tal Rosa. Quedó sorprendido, le pareció que el motorista se refería a la chica del libro, a su chica. Viendo que ella le ignoraba, se entrometió, haciéndole ver que alguien detrás de ella la estaba llamando. Sin muchas ganas de parar la lectura y bastante molesta por aquella interrupción, se giró para ver quien la llamaba. Jesús, no pudo reprimir su curiosidad, permaneció atento a los acontecimientos como un auténtico entrometido, observando con detenimiento el desarrollo de la escena. La pareja se saludó, ella cerró el libro y se levantó del banco para acercarse al motorista. Evidentemente, debido al ruido del motor y la distancia no pudo escuchar lo que hablaron. Se hubiera querido marchar en ese mismo momento, la chica presumiblemente tenía pareja, en cambio, sentía una fuerte atracción por ella, cada minuto que pasaba le intrigaba más aquella mujer. Estaba decidido a mantener una charla en cuanto se presentara la ocasión, si se marchaba, no tendría oportunidad alguna. Decidió esperar, ya no importaban unos minutos o unas horas más o menos, Rosa era su prioridad. No tenía ni idea de qué le hablaría…, puede que del libro. Pero no podía hablarle de un libro del que no conocía siquiera su título, ni tampoco el autor. Tanto daba, eso era insignificante, de alguna forma se las arreglaría.

Pasados unos diez minutos aproximadamente, el joven motorista y la chica se despidieron, no con demasiada efusividad, algo que le extrañó. Mientras él dirigía su motocicleta calle arriba, ella se encaminó calle abajo, decidida, dando largas zancadas. A Jesús le sorprendió aquella repentina prisa. Sino se espavilaba, no la atraparía, y toda la mañana quedaría perdida en nada. Aceleró el paso, hasta llegar justo a su espalda, sin más, se expreso tal y como le salió del alma:
- Rosa!!!, - gritó.
Ella se giró, con una sensualidad especial, quizás algo feroz. Cuando vió que era él no se sorprendió lo más mínimo.
- Hola, te estaba esperando... – sentenció, con una ligera sonrisa dejando entrever sus blanquecinos dientes, perfectamente alineados.
Jesús, se quedó boquiabierto ante aquella aseveración.
- ¿A mí me esperabas? - preguntó confuso.
- Sí, a ti. Tú eras quien estaba sentado a mi lado toda la mañana...
- Sí, pero... creí que... – balbuceó como un tonto, sin saber que decir ni que hacer. Resultaba que se había fijado en él y ahora lo había reconocido. Increíble.
- ¿Qué quieres? – le preguntó melosa.
- No, nada, sólo charlar un rato contigo, me pareces muy interesante, - se mostró honesto.
- ¿Hablar sobre qué...? – se hizo la interesante.
- Sobre tu libro, por ejemplo, - atinó a decir, arrepintiéndose al mismo tiempo.
- No hay nada de que hablar. Tu no lo conoces, por tanto no puedes darme ninguna opinión, - continuó mostrándose fría y algo distante.
- ¿Cómo estas tan segura...? – se aventuró a decir sin saber el porque de aquella pregunta.
- Porqué lo sé muy bien. Nadie conoce este libro, solamente lo conozco yo, por eso nunca me podrías hablar de él.
Rosa le estaba defraudando, no era la chica dulce que se esperaba, más bien todo lo contrario.
- Bueno, veo que no te apetece hablar. Lo siento... me he equivocado, quizás otro día. – Se detuvo con la intención de dar por finalizada la conversación.
- No! – exclamó -, espera, no te marches. Lo siento, te habré parecido una estúpida, - parecía sincera -. ¿Te apetece tomar un café... y comenzamos de nuevo? – sonrió con disimulado salvajismo.
- Si, por supuesto.

Pidieron un aperitivo en lugar de un café, algo más adecuado por la hora del día a la que habían llegado. Iniciaron una agradable conversación tocando diversos temas, hablaron de libros, de otros libros, por supuesto, de música, de cine, de gastronomía,... Sin darse cuenta se les hizo la hora de comer, decidiendo hacerlo juntos. La dinámica de la conversación era tan fluída y apasionante que los dos se sentían agradablemente a gusto el uno con el otro.

Aquel fue el comienzo de un gran amor, un enamoramiento de los de verdad, de aquellos que te pasan únicamente una vez en la vida o bien no te pasan nunca.


Era mucha la pereza que le daba vestirse y salir, pero no le quedaba más remedio. Su vida había dado un vuelco tan brusco que le costaría tiempo adaptarse. Cada día la recordaba, recordaba sus manías absurdas, pero también su encanto, tan especial que lo hacía volar tan sólo con mirarla. Ya no la tenía delante, era consciente de que nunca la volvería a tener, de que nunca volvería a volar. A veces se culpaba a sí mismo, pensaba que quizás no había sabido tratarla como debía y que ella harta de que él no reaccionara, se había cansado. Cuando se la imaginaba, la podía recordar con aquel extraño libro en la mano, aferrada a él como el primer día. No supo nunca que leía. Algo que jamás se acababa, pues parecía que tuviera miles de páginas, que no existiera un final.
Él había intercedido en su destino, la había apartado de su camino, sin intención de provocarle aquel dolor, sin ninguna intención que no fuera otra que la de disfrutar con ella, de aquel sentimiento que le atrapaba con violencia y que no le dejaba respirar. No fue intencionado. El arrepentimiento era importante. Tardó días en saber que ella no le pertenecía, que ella era libre. Él había conseguido volar y puede que ya hubiera volado suficiente, ahora eran tiempos para aterrizar. Sentía aquella nostalgia que se siente por algo que ya no se volverá a sentir, que sabes que únicamente permanecerá suspendido en el recuerdo como algo pretérito. Se sentía liberado al pensar que al menos había tenido más suerte que muchos otros en el mundo, pues él, al menos había podido conocer lo que era el amor.
Bajó a la calle, triste pero a la vez decidido. No tenía prisa. Caminaba cabizbajo, ofuscado en sus pensamientos. Repentinamente, una fuerte luz le hizo levantar la vista del suelo. La luz potente del sol se reflejaba en el crital de un gran escaparate. Una imagen se reflejaba a su vez. No se lo podía creer, ella estaba detrás de él, la podía distinguir perfectamente a través del vidrio que hacía de espejo. No se atrevió a darse la vuelta por miedo a perder la visión. Le brindó una amplia sonrisa. Rosa estaba tan guapa como siempre, o quizás más, llevaba un bonito vestido primaveral, de fondo blanco y estampado con flores de muchos colores. Le costó distinguir aquello que Rosa asía en su mano con delicadeza. Finalmente, se dió cuenta, era una preciosa Rosa, de color azul como el cielo, una Rosa fresca, tan bonita como ella.
Decidió darse la vuelta con la única intención de mirarla por última vez, pero sorprendentemente, Rosa ya no estaba. Qué decepción. Pensó que pudo haber sido un efecto de su imaginación. Prosiguió, cabizbajo pero también contento por lo sucedido, aunque formase parte única de su imaginación. Un ruido estrepitoso le hizo sobresaltarse, una veloz motocicleta atrevesó la calle. Alguién iba tras el motorista. Era ella, ella era quien iba sentada detrás, con su libro bajo el brazo sujeto con fuerza para no perderlo. Para su sorpresa en la otra mano mantenía aferrada una Rosa azul. Al llegar a la altura de Jesús, la lanzó, haciéndola girar en el aire sutilmente, mientras sus pétalos caían sobre él como si fueran plumas.
- Gracias, Rosa. Nunca te olvidaré.
Continuó su camino con una mueca de nostalgia, aunque esta vez más sereno que nunca, sabiendo que ella por fin era feliz.