La Rosa del Amor



Ama como puedas, ama a quien puedas, ama todo lo que puedas. No te preocupes de la finalidad de tu amor.
Amado Nervo



Cada vez la intensidad del sonido era más fuerte. Reaccionó, por fin se dio cuenta de donde venía el ruido. Estaba oscuro. No encontraba el interruptor de la luz. Se peleó con las sábanas para conseguir salir de la cama. Tropezó con el mueble y dio con la cabeza en la puerta, pensando que estaba abierta. El ruido del timbre era insistente, hasta tal punto que le provocó exhalar un grito de calma, vista la desesperación del visitante. Estaba a punto de abrir la puerta cuando se percató de que iba prácticamente desnudo. Unos diminutos calzoncillos eran toda su vestimenta. Quién quiera que fuera debía tener mucha prisa, pues continuaba insistiendo pese a que Ramón le había advertido ya en voz alta y clara que abriría en un minuto, tan pronto consiguiera unos pantalones que ponerse. Volvió corriendo a la habitación, tropezando con las cajas que aún restaban en medio del pasillo. Rebuscó entre pilas de ropa usada. Finalmente, localizó unos viejos y raídos tejanos, que se abotonaba al tiempo que abría la puerta de entrada. Quedó perplejo, completa y absurdamente alucinado. No se lo podía creer. Le pareció algo sorprendente, irreal, imposible. ¿Cómo le había encontrado...? ¿Qué hacía allí, en su propia casa? Casi le da un ataque al corazón. No le salían las palabras. ¿Qué decirle...? ¿Cómo reaccionar...? en definitiva, ¿qué hacer?
Fue entonces ella, quien tomó la iniciativa. Toda resuelta, con total desenvoltura, se le lanzó a los brazos, sin pensárselo, gritando de alegría, dándole besos por todas partes, apretándolo con fuerza contra si, para seguidamente llorar. Llorar de felicidad. Mientras él continuaba extasiado con la chica colgada de los brazos y las piernas temblando, el corazón encogido y la cabeza dándole vueltas. Era demasiado impresionante para ser cierto. Entonces la empezó a tocar, cogió sus manos, rozó su cara, le acarició el sedoso cabello, mientras la miraba fijamente a los ojos. Sólo necesitaba salir de dudas, tener claro que ella era real, que Rosa estaba con él por fin, que aquello no era una pesadilla, que la pesadilla se había acabado, que lo que estaba ocurriendo no era un sueño otra vez.

Hacía tiempo que había renunciado a encontrarla, hacía años que ya había desistido. Pensó que era inútil continuar buscando. Aunque en su interior más profundo, siempre mantuvo una pequeña llama encendida, por sí acaso. Una llama que ciertamente le causaba más dolor que ninguna otra cosa, pues le recordaba que ella podía aparecer en cualquier momento, en el momento más insospechado. Se veía incapaz de apagarla, pese al dolor. Iba con esa pequeña llama encendida a todas partes. De tanto en cuanto y dependiendo de les circunstancias que envolvían el día a día, la llama se intensificaba o contrariamente parecía irse agotando por sí misma. Más o menos, como le pasaba desde hacía unos días, últimamente todo se había vuelto negativo, nada tenía interés, le parecía que cada cosa que hacía no le aportaba el placer que en otros momentos hubiera podido sentir. Todo era estéril, vacío, inerte. Se consideraba un hombre atractivo, sensible, inteligente. Tenía la edad adecuada, justo aquella que gusta a las chicas jóvenes, a las mujeres no tan jóvenes y a las maduras, una edad ideal. Se ganaba bien la vida, con un trabajo interesante que le llenaba como persona. Se mantenía en forma practicando a menudo deporte, lo que le reportaba el tener un cuerpo muy aceptable, exhibía ufano su corpulencia muscular, se podría decir que no era ni demasiado alto, ni demasiado bajo, una estatura media. Estaba rodeado de buenas amistades, amigos de verdad, aquellos que siempre están en el momento oportuno y en los momentos más críticos de la vida. Tenía una familia que lo apoyaba en todas las decisiones, unos padres magníficos y unos hermanos fuera de serie. Pero pese a todo, se sentía sólo, perdido... Cada día que se levantaba, cada nuevo despertar tenía un único pensamiento, lo primero que se le venía a la cabeza: ¿Dónde estaba Rosa...? ¿Dónde se había metido...? ¿Cómo era posible que hubiera desaparecido de la capa de la tierra?
Aunque su íntimo amigo no cesaba de animarlo, asegurándole que pronto Rosa aparecería, no se lo acababa de creer. Su recelo, seguramente, se debía a la cantidad de desengaños que se había llevado hasta el momento. Hacía poco tiempo que había conocido a unas mujeres atractivas, alguna irresistible, alguna que otra de fácil complacencia, otras muy sensuales, pero actualmente ninguna que le llenara, ninguna que consiguiera ocupar su corazón. Sólo tenía que mirarlas a los ojos para rechazarlas sin remedio. Era cierto, que ni tan siquiera les daba una pequeña oportunidad. No lo hacía, porqué sabía que era una pérdida de tiempo probarlo. Que no hacía falta. En los ojos estaba la respuesta.
Aquella mañana, de repente, una mujer a quien no se esperaba encontrar, se presentó de improvisto a una hora intempestiva de la noche, para lanzarse en sus brazos, haciéndole subir a las nubes, desconcertándole de pies a cabeza, haciéndole volar. Sólo fue un instante en el que se encontró sin saber como reaccionar, fueron solamente unos segundos de indecisión, para después, reaccionar y convertirse aquél en un encuentro determinante. Sus ojos, la clave estaba en sus ojos.

La separó tan sólo unos milímetros de su cuerpo, con la única intención de volver a observar aquellos ojos, de poder mirar con detenimiento su profundidad, lo que se hallaba tras ellos, tras esa dulce mirada. Fue un pinchazo doloroso el que sintió, fuerte y directo al corazón, una sensación difícil de expresar con palabras. Fue tan intenso e irrefrenable que las lágrimas nublaron la imagen de la belleza que tenía ante él, controlando su cuerpo emocionado y tembloroso de placer. Fue en ese momento cuando supo que era ella, que ella era Rosa. Que por fin había encontrado quien llenaría el vacío de su corazón, que por fin había acabado aquella búsqueda agotadora, que por fin podría cesar de buscar, pues había sido ella quién en el momento adecuado se había presentado, lo había localizado para no dejarlo jamás.
Por fin había conocido a Rosa.