La Rosa de la Confianza



La confianza en sí mismo es el primer secreto del éxito.
Ralph Waldo Emerson

Cada vez utilizaba con menos frecuencia los utensilios de limpieza personal. No cuidaba de sí mismo. Se estaba abandonando poco a poco..., por momentos. Cada día que superaba se encontraba más agónico. Era como si todo fuera ya indiferente. No existía en aquel momento nada interesante que le avivara el fuego interior que en pocos días había perdido y que sería demasiado complicado volverlo a encender. Entraría en la oscuridad más absoluta de la que no podría salir. Su dejadez le había convertido en alguien repulsivo, sucio y superficial, feo y desgarbado. La gente a su alrededor se daba cuenta e instintivamente le daba la espalda o directamente lo rechazaba sin ningún miramiento, algo que le indignaba. Se le empezaba a acabar la paciencia. No permitiría que lo continuaran menospreciando de aquella manera. No lo consentiría ni un sólo día más, no soportaba ser rechazado por su aspecto, debía recuperar la confianza en sí mismo. Se había convertido en lo contrario de lo que actualmente era normal para la maldita sociedad en la que vivía y que obligaba a seguir absurdas modas que no aportaban ningún valor a su persona, con falsas excusas estéticas. Recogió sus pertenencias y se puso en marcha. Tenía claro lo que quería hacer. Todos se darían cuenta de lo que realmente valía, si después de aquello no se producía el cambio esperado, estaba dispuesto a acabar con todo. Esta era la última oportunidad que se daba. Entonces o nunca.

Habían pasado ya unos años desde que puso en marcha su plan. Le había costado mucho llegar hasta donde había llegado, catalogado como pura supervivencia. Ahora sólo le quedaba comprobar si el plan había dado sus frutos. Arrancó el vehículo y empezó a conducir a toda prisa hasta la parte más alta de la ciudad, desde donde se podía disfrutar de las mejores vistas, la parte más elevada. Sacó los prismáticos y se dedicó a observar con detenimiento el movimiento de la población, de los vehículos. La actividad en las calles era terrible, los ruidos, desesperantes, el aire irrespirable. Como era posible que a la civilización le gustara aquel alboroto, aquel cúmulo de suciedad, aquella intolerancia, la agresividad de las personas que circulaban, la insensibilidad que se denotaba en sus rostros apagados por el estrés, la falta de ternura que constataban dándose empujones los unos a los otros por ver quien llegaba el primero,...y un largo etcétera de circunstancias absurdas. Retiró los prismáticos. ¿Había sido su imaginación o entre todo aquel enredo, realmente había distinguido un oasis lleno de belleza...? Lo pensó dos veces antes de volver a mirar. No podía ser... El temblor de manos no le permitía acertar a enfocar sobre el mismo punto donde había tenido aquella extraordinaria visión. Era tanta la emoción que sentía, que casi no se lo podía creer. Intentaría relajarse y cuando se le pasaran los nervios repetiría la operación desde el principio, haciendo el mismo recorrido, tranquilo, sin desesperar, si eso era real, él lo descubriría, descubriría el lugar. Esta era su siguiente meta.

Aquel día tuvo que desistir, no había sido capaz de volverlo a ver, de encontrar el oasis. Lloró de desesperación. Se preguntó, porqué le daban la espalda, el porque de aquella situación que se había vuelto desesperante. No tenía tanto tiempo y en cambio... nuevas dificultades se acumulaban en su camino.
Recuperó el ánimo, pues en el fondo era fuerte, de una fortaleza extrema, pero a la vez sensible, de una sensibilidad exagerada. Se rehizo, recuperó la confianza, respiró hondo, llenando sus pulmones con el poco aire fresco que quedaba. Volvió a aquel lugar, a las alturas desde donde pensaba encontrar la solución a sus problemas. Estuvo allí todos los días, fiel a su meta, deseando que se repitiera la experiencia, no pensaba desistir hasta recuperar aquella imagen que le hizo tener un ápice de esperanza. Puede que no estuviera todo acabado, puede que todavía hubiera una solución, puede que en algún rincón, encontrase a alguien que lo quisiera y le devolviera la belleza perdida, debía centrarse en esa confianza que nunca le abandonaba. Puede que todofuera una ilusión absurda, en cambio, confiaba, la chispa que hacía un tiempo estaba a punto de agotarse, volvía a encenderse con orgullo.

Pasaron muchos días antes de que tuviera una nueva sorpresa. Hubo días que pensó en desistir, que creyó que no tendría suficiente fuerza para aguantar tanto tiempo, pues cada nuevo día, era un gran suplicio para su persona. El rechazo, la renuncia, las dificultades, los problemas, todo a un tiempo...
Finalmente la recompensa...
Detuvo los prismáticos en aquel punto. Lo podía contemplar con claridad, no había interferencias, no había nada que empañara la imagen. Era algo precioso, algo difícil de definir porque todavía estaba demasiado lejos, a una distancia considerable. Para poderlo definir con más exactitud tendría que comprarse un telescopio, con el que aumentaría la imagen, para acercársela y poder gozar de su infinita belleza. Cuando se creyó suficientemente alimentado por la ilusión, se fue hacía la primera tienda abierta que encontró. Escogió el telescopio de mayor aumento, era muy caro, le costaría sus ahorros, le costaría una nueva lucha y un nuevo sacrificio, pero su interior le decía que valía la pena, que era aquella la única solución y también la más acertada, que debía confiar. Volvió a casa, cargado y eufórico, la siguiente mañana sería un día importante. Representaría la recuperación de sus habilidades, de su entusiasmo por la vida, de saber que en el fondo siempre hay esperanza. Casi no pudo dormir en toda la noche, no dejaba de darle vueltas y más vueltas, girando sobre si mismo una y otra vez, hasta que se quedó dormido por agotamiento. Cuando el sol le iluminó la cara con su luz, se despertó con más vitalidad que nunca. La noche había sido terrorífica, pero, por fin, amanecía un nuevo día, luminoso y cargado de novedades. Se dio primero una ducha revitalizante con aguas puras y cristalinas que limpiaron todos los rincones, aquellos donde se incrustaba la suciedad acumulada por la dejadez, insistiendo en algunos puntos donde la porquería se propagaba a sus anchas. Después de ponerse sus mejores galas, se cargó el telescopio a las espaldas y empezó a caminar decidido a llegar rápido al mirador. Mientras colocaba el equipo en posición y lo probaba, se detuvo a coger aire, respiró cargando sus pulmones al máximo de su capacidad. Había mucho trabajo que hacer. No perdía en ningún momento la confianza. Una vez orientado el objetivo y hechos los ajustes, se dispuso a mirar con detenimiento. En pocos segundos encontró su tesoro. Sonrió, se sentía feliz. Hizo girar la óptica lentamente, acercando la imagen, dejando que se aproximara a su rostro. La definición era débil al principio pero poco a poco se volvió más nítida. Era tan bonita...

Tardó muchas horas antes de llegar a distinguirla con perfección. Era una visión magnífica que le hizo llorar, pero esta vez de alegría. Realmente alguien lo quería, realmente alguien estaba cuidando de él, le tenía en cuenta y no quería dejar que se agotara. Alguien fuerte, grande, impresionante, alguien que confiaba en su persona, alguien que nunca desfallecía, alguien que podía hacer resucitar al más desesperado, a alguien tan desesperado como él.

La miró, directo a los ojos, la miró con ternura, con suma delicadeza, con una gran gratitud. Miró directamente a Rosa. Aquella Rosa que había germinado a partir de una pequeña semilla que dejó caer hacía ya algunos años. Tenía que ser una Rosa muy fuerte para haber podido llegar a crecer con aquella esplenderosidad y elegancia. Por el momento no la podía percibir sino era mediante el telescopio, pero al menos conocía su existencia. La confianza puesta había dado sus frutos.