La Rosa de la Constancia




Nuestra recompensa se encuentra en el esfuerzo y no en el resultado. Un esfuerzo total es una victoria completa.
Mahatma Gandhi


Cada vez pensaba más sobre como solucionar el problema que se le venía encima. Le daba vueltas todos los días, sin parar, sin saber que dirección tomar. Las dos opciones eran atractivas. Cada una de ellas tenía sus cosas buenas y sus cosas malas. Aunque había una que le atraía algo más, pero triar aquella opción le suponía hacer un gran sacrificio. Decidió analizar la situación con mucha calma y detenimiento, la precipitación sería su fracaso. Abrió la puerta de la vitrina donde guardaba con cuidado la antigua balanza de alta precisión, situada sobre un precioso pedestal de mármol que absorbía cualquier vibración, de esta manera el peso obtenido, se podía considerar exacto. Cogió uno de los sobres donde había escrito todas y cada una de las cosas negativas de elegir el camino, al que identificaría como A, y lo colocó sobre el platerillo de la izquierda. Hizo lo mismo con el sobre donde había escrito todas y cada una de las cosas negativas del camino identificado como B y esperó el resultado. Para su sorpresa el camino B, que era el que le parecía más atractivo, fue el de más peso con mucha diferencia. Lo que se entendía como el más negativo de las dos opciones.


Aquel resultado no la satisfizo. Anotó la operación para intentar entenderla:
Sobre A - Sobre B
Primera pesada: A <> B

Parecía como si aquel procedimiento no fuese capaz de aclarar le nada, aunque era el sistema más fiable que conocía. Volvió a revisar los documentos, tanto los que contenían las cosas positivas como los que contenían las negativas. Por más vueltas que le daba, no podía eliminar ninguna anotación en ninguno de los papeles. De lo que se deducía que todo era correcto. No pudo concentrarse en ninguna otra cosa, tenía que dejar cerrado el tema. Hacer una elección aquel mismo día, no podía dejar pasar el tiempo ni un minuto más. De repente, tuvo una inspiración. Cogió los cuatro papeles, juntó los dos folios identificados con A y los introdujo en el mismo sobre. Hizo lo mismo con los folios identificados con B. Colocó los sobres y con una gran incertidumbre, esperó por tercera vez el resultado. Alucinada, fue como se quedó al observar como los platerillos de la balanza se mantuvieron en absoluto equilibrio todo el tiempo.
Parecía no existir forma de encontrar una solución, o bien la balanza no era fiable o bien ella no utilizaba correctamente el procedimento. Tomó nota de la tercera pesada, deduciendo que un resultado equilibrado era un resultado positivo:
Sobre A - Sobre B
Primera pesada: A <> B
Tercera pesada: A = B

Pensó largo rato meditando sobre las anotaciones realizadas. Si lo leía en términos matemáticos, tenía sentido, más por más era más y menos por menos también era más. La única conclusión clara que sacaba era que el peso de los argumentos no se medía por la cantidad, si no por su importancia, es decir, por su calidad. En definitiva, lo único que había conseguido después de tantas vueltas, era quedarse en el mismo punto en el que había comenzado. Llevaba más de doce horas batallando con aquel dilema, no le quedaban más que otras doce horas y no tenía aún idea de lo que hacer.

Harta de aquel encabezonamiento, decidió salir de casa a dar una vuelta, con la finalidad de abrir y despejar la mente. Se calzó un cómodo zapato e inició su paseo. Caminaba decidida por un tranquilo lugar rodeado de naturaleza por todas partes. El día había quedado limpio y claro después de aquella noche de lluvia, relámpagos y truenos. Pensó que la mejor forma de abrir su intuición sería relajándose y disfrutando de aquel agradable paseo. Llegó hasta un gran parque situado en el centro mismo de la ciudad. Era magnífico observar como las pequeñas ardillas se mezclaban con la gente, acostumbradas a aquel lugar como si estuviesen en pleno bosque. Se detuvo un largo rato a observar con detenimiento aquellos animalitos. Le llamó mucho la atención sus movimientos. El parque, lleno de árboles y arbustos de diferentes clases, alimentaba con sus frutos a las pequeñas ardillas que subían y bajaban por los troncos con una facilidad increible, como si aquel camino se lo supiesen de memoria, como si tuviesen muy claro por donde debían ir para encontrar su alimento. Se imaginó que ocurriría si a aquellas inocentes ardillas les quitasen de su hábitat todos los árboles del parque, que pasaría si supuestamente se talase toda la vegetación. Se imaginó la situación. Se imaginó a aquellas pobres bestias perdidas ante una gran extensión sin caminos, sin caminos por los que subir y bajar, por los que correr los quilómetros necesarios para recoger los frutos que les sirven de alimento. Sin camino... no hay alimento. Se detuvo ante esta deducción. Quiso ponerse en el lugar de las ardillas. ¿Qué haría ella si fuese uno de aquellos animales que se habían quedado sin alimento? Obtuvo una fácil resposta. Si ella fuese una ardilla, se trasladaría a un nuevo lugar donde hubiesen nuevos caminos donde conseguir alimento.
El problema de la ardilla sería pues el alimento, no el camino... Tanto daba un árbol u otro, lo importante era que condujeran al alimento que las mantenía con vida. Sonrió. Aquellas graciosas ardillitas le habían dado la pista.

Retomó el paseo con mucha más confianza de como lo había comenzado. No tenía que obcecarse en elegir entre un camino u otro, tanto daba el camino si ambos conducían al alimento. Ahora solamente le restaba por averiguar cúal era su alimento, aquello que la mantenía viva, aquello que le daba fuerzas para continuar, aquello que le daba la razón de ser y de existir. Estaba muy claro, sólo habría una cosa en la vida que la enriquecería por dentro y por fuera, que le aportaría todo lo que necesitaba para disfrutar de cada momento y de cada instante. Su alimento era la Rosa. Caminaría por aquellos caminos que se le aparecieran, buscando su alimento. No tenía ninguna intención de detenerse. Disponía de toda una existencia por delante.