La Rosa del Desengaño




Nos equivocamos a menudo en el amor, a menudo herido, a menudo infeliz, pero soy yo quien vivió, y no un ser ficticio, creado por mi orgullo.
George Sand


Cada vez estaba más claro que lo tenía que hacer. Era ya de día, un día soleado. Una brisa rozaba el ambiente húmedo por la proximidad del mar. Un mar azul, tranquilo, pacífico, que si te esforzabas un poco, podías verle hasta las entrañas de tan transparente. La chica le esperaba impaciente, no cesaba de mirar el reloj, una vez y otra. Era la hora y en cambio, no se había presentado, ¿que narices estaba pasando? ¿A qué era debida aquella tardanza? No le gustaba nada, algo debía haber pasado, algo imprevisto, pues Carlos no se equivocaba nunca, o casi nunca. Era un hombre pulcro en sus decisiones y si se había comprometido, no le fallaría. Aquel inesperado retraso la hacía dudar, buscar una respuesta a lo que adivinaba podría representar un grave problema, un imprevisto que podría desbaratar aquello que tan escrupulosamente habían planeado. No era posible que le pasara esto, no se lo podía creer.
- Otra vez no, por favor, - rogó, mirando al cielo despejado y limpio -. No puede ser, él no me lo haría nunca.

Pasaban ya veinte minutos de la hora prevista, caminaba nerviosa arriba y abajo por el trozo de calle desde donde no perdía de vista el lugar por donde supuestamente y de un momento a otro tenía que presentarse Carlos. Un escalofrío le recorrió la espina dorsal. Que mala sensación acababa de percibir...
Sacó el móvil por enésima vez en dos minutos. Silencio absoluto. Sabía que no podía romper el pacto, no podía hacer la llamada, no la podía hacer. Ese era el acuerdo. Para sumar a su indeción, algo le decía que tenía que reaccionar, no podía quedarse más tiempo allí plantada sin hacer nada, pero tampoco podía hacer nada que pudiera perjudicar el trato.
- Que dilema, Dios mío, - se lamentó con una mueca de desesperación en su mirada.

Estaba sumida en malsanos pensamientos cuando la sorprendió la melodía estúpida del teléfono, con aquella música impertinente, tan desagradablemente aguda. La llamada no era de él, pero de todos modos, descolgó. Fue un impulso irrefrenable, tenía necesidad de sentir la voz de alguien, de saber que no estaba sola, que aunque las cosas no estaban saliendo como preveyera, realmente no estaba sola, además serviría para detener el insoportable sonido del teléfono.
- Si, ¿quién es?
- Carlos no vendrá. Puedes irte... – alguién habló de forma taxativa y rotunda, sin titubeos.
- Pero, ¿quién eres? ¿cómo sabes que no vendrá?
- Márchate, él no vendrá, no le esperes... – insistió, sin tan siquiera identificarse.Seguidamente se escuchó el más absoluto silencio, evidencia de que quién fuera había colgado.

La aseveración de aquel desconocido la acabó de perturbar aún más. Realmente el problema era terrible. Cada vez que pensaba en que todo se podía acabar en ese punto, sentía un agudo dolor en el corazón. Las piernas le temblaron, el temblor ascendió por el resto del cuerpo recorriéndole hasta el último rincón. Buscó el número de aquella extraña llamada. Identificación oculta, decía la pantalla. Por más que se esforzaba no podía poner una cara a aquella voz, una voz clara y precisa, sin titubeos, directa al grano. Alguien que sabía tanto como ella, como mínimo, pero que intuía debía saber mucho más. Carlos no le había hablado en ningún momento de una tercera persona, todo el plan se había trazado entre los dos. ¿De donde había salido aquel hombre?
Después de mucho pensar, decidió poner fin a aquel nerviosismo y hacer la llamada, aquella llamada prohibida que se había comprometido no hacer bajo ningún concepto. Buscó el número con prisas, pero al mismo tiempo indecisa. Lo puso visible en la pantalla y se detuvo, la decisión era lo suficientemente importante como para no precipitarse. Debía tener un mayor control de sus impulsos.
- Piensa y valora la necesidad de romper el pacto, - se dijo a si misma, en un punto de reflexión - . Si no llamo, continuaré indefinidamente perdida y atrapada en este sin saber que me trastorna, me quedaré estancada de por vida en un punto insalvable, en un camino que no lleva a ninguna parte. Nunca podré superar esta desgracia, nunca podré llegar allí donde me había propuesto llegar desde hacía ya meses, casi un año.
Esta deducción la llevó a pensar que la única solución era llamar. Hacerlo y esperar a ver que pasaba, cual era la consecuencia, pues el desenlace a su impaciencia no lo conocía. Cogió aire, en una inspiración digna de alguien con mucha valentía y finalmente apretó el botón verde. Se escuchó el primer tono, el segundo, un tercer tono... se empezaba a arrepentir de lo que estaba haciendo, el cuarto... por un instante se le cruzó por la mente la idea de cortar la comunicación, entonces escuchó claramente el quinto tono, el sexto y súbitamente durante el séptimo tono alguien al otro lado descolgó.
- Hola bienvenida. Te estábamos esperando...
Era una voz dulce, de mujer, una voz de ángel, tierna, amorosa, tranquilizadora. No sabia que contestar, no tenía ni idea de que debía decir. Cogió empuje y por fin contestó.
- Hola, soy Begoña, ¿con quién hablo? – preguntó sumamente curiosa por saber.
- Con tu guardián, - me aseguró.
Que extraño, - pensó - que quiere decir con eso...
- Me alegro de que hayas decidido hacer esta llamada, - la voz hablaba melodiosa.
- Pero no entiendo, ¿donde estoy llamando...? Carlos me dio este número, pero me dijo que nunca lo tenía que utilizar...
- Entonces, ¿para que te lo dio...?
- Pues tienes razón...no se entiende.- Pensó: Ciertamente sino tenía que haber hecho nunca en la vida ésta llamada, para que me da un móvil y un número de teléfono y después me hace prometerle que nunca lo utilizaré, bajo ningún concepto. Que burrada, como no me he dado cuenta de esta tontería, - se lamentó.
Con verdadera curiosidad continuó hablando con su interlocutora.
- ¿Cómo te llamas?
- ¿Cómo quieres que me llame...?
- ¿Es que no tienes nombre...?
- Tengo el nombre que tu me quieras poner.
- Pero normalmente todos tenemos un nombre, todos tienen un nombre de nacimiento, ¿de alguna manera te llamarás...?
- Me gustará el nombre que tu me pongas, - me aseguró con sinceridad.
- Bien, pues, no sé, nunca me había parado a pensar en poner un nombre a alguien que no conozco. Te gusta..., por ejemplo... ¿Rosa?
- Sí, está bien, Rosa, me gusta.
Begoña sonrió, no podía ver a su interlocutora, pero aún así parecía agradable, sabía que se llevarían bien. Se animó a hablar un rato con ella para intentar adivinar quien era, donde estaba, cual era su conexión en todo aquello, pues todavía le rondaba por la cabeza que Carlos la enredara de aquella manera y encima la dejara plantada, sin dar señales de vida. No lo entendía. Había quedado muy claro. Una vez juntos y con todo solucionado, sólo les quedaba irse, llegar a su destino y empezar una nueva vida unidos, sin que nada ni nadie les molestara. No como hasta ahora, que todo eran impedimentos en su relación, cuando no era por una cosa era por otra. O bien su exmujer lo perseguía o bien a ella la coaccionaba su antiguo novio, por no hablar de los compañeros de trabajo, a nadie les parecía correcta aquella relación. Con los amigos ni contar, no querían ni oír hablar. Era cierto que Carlos era un poco extraño, puede que demasiado extravagante, incluso poco normal, pero era con quien ella se sentía fuerte y segura, con quien se apoyaba y soñaba todas y cada una de las noches, desde que lo conocía. Era con quien sabía podía trazar aquel camino que la conduciría a no se sabe dónde, a algún lugar seguro, un lugar donde el bienestar está por encima de todas las cosas. Él sabía como llevarla hasta allí, no había nadie más que lo pudiera conseguir. Ninguno que se pudiera interponer en el camino. O al menos así lo creía, pues este tropiezo no lo tenía previsto. La confianza en Carlos era tan fuerte que no se hubiera creído nunca que se pudiera romper en tan sólo unos segundos, por el simple hecho de no cumplir con el pacto. ¿Por qué había roto Carlos el pacto? ¿Por qué lo había hecho? ¿Quién era aquel hombre que conocía tan bien el acuerdo? La alianza era de dos, nunca de tres, lo repitieron hasta la saciedad, nunca en la vida de tres. Sólo tu y yo, - recordó con los ojos vidriosos por la tristeza que la embargaba.

Ahora tenía a alguien al otro lado a quien preguntarle por todo, esperaba que aquella nueva amiga le diera un punto de claridad donde poder percibir o al menos intuir las consecuencias de aquel giro en el camino, de aquel nuevo horizonte que se abría, que había aparecido en un fuerte momento de desesperación. Solamente con escuchar su voz dulce, cálida y sensible, ya le aportaba la paz interior que tanto ansiaba disfrutar. Quiso volver a la conversación con Rosa.
- Estoy confusa, en estos momentos no sé que pensar ni que hacer. Esto no me lo esperaba. Ya sé que no estás entendiendo nada, que no sabes de que te hablo, pero... es que me cuesta mucho hacerlo, no sé por donde empezar, como decirlo.
- No te preocupes Begoña, lo sé todo. Sé perfectamente de que me hablas y también sé el porqué. Quiero que ahora hagas lo que te voy a decir. Te lo diré solamente una vez y después sólo tendrás que decidir que quieres y como deseas continuar. – Se mostró muy seria utilizando estas palabras.
- Bien, si te digo la verdad cada vez estoy entendiendo menos lo que pasa, ahora me estas diciendo que tu también sabes de mí, que tu también conocías el pacto. ¿Como es posible? He sido la única estúpida que no se ha enterado de nada de lo que estaba pasando. Siempre acabo cayendo en lo mismo. No me lo puedo creer... – lloriqueó quejicosa y cabizbaja.
- Él no es para ti, Begoña. Él ha creído que tú eras para él y te ha hecho creer lo mismo. ¿Por qué conocemos el pacto? Por que un pacto sin fuerza, un pacto débil y vulnerable no lleva a ningún sitio. Es violable por cualquiera que quiera conocerlo, sólo es necesario tener más fe. Es lo que a ti te falta, fe un ti misma y en tus posibilidades. Quiero que me escuches atentamente. Nada de lo que tienes y de lo que conoces es por pura casualidad, todo tiene una razón de ser, todo tiene un motivo. Falta que tu misma lo descubras y te pongas en marcha. Camina Begoña, camina sin miedo, camina por suelo firme porque caminando llegarás lejos.
- Pero, ¿que quieres decir con esto...? – las piernas le comenzaron a temblar de nuevo, imparables, estaba verdaderamente asustada.
- Quiero decirte con ello, que me escuches. Cuando me hayas escuchado y te dirijas a tu destino con firmeza, sin dudas, directa al objetivo, como a de ser, no como los demás quieren que sea. Eres tú y solamente tu quien debe guiar tus pasos. En los caminos de la vida se pueden coger calles sin salida, aprende a evitarlos, aprende de tu propia experiencia, no dejes nunca de aprender.
- Son muy interesantes tus consejos. Me dan que pensar. Pero ahora no estoy todavía en mis cabales como para tomar decisiones tan importantes. Todavía no tengo del todo claro lo que quiero en la vida, ni lo que siento en mi interior, porque me lo han ensuciado con falsedad y mentiras, porque me lo han dirigido por caminos equivocados y sé que no es así como funciona, que todo tiene sentido cuando encuentras aquello que buscas, cuando sabes que lo puedes conseguir, aunque sea a cambio de sufrir, pues el sufrimiento es parte del camino.
- Veo que razonas y lo haces con el corazón en la mano, que empiezas a entenderme. Ahora tengo que dejarte. La próxima vez que me llames, te ruego que sea para darme una respuesta. La que tú hayas decidido será la correcta, no lo olvides. Al momento se escuchó el tono, conforme Rosa había cortado la comunicación.

Se sentía feliz, estaba contenta, el nerviosismo empezaba a esfumarse por momentos, las dudas se le empezaban a aclarar, una a una, ante ella. Pensó en Carlos, verdaderamente le había hecho daño, la había engañado, pero en el fondo lo más importante era que la había ayudado a encontrarse a sí misma y a encaminarse hacía donde realmente tenía que caminar. La huída no habría sido la solución, la huída solamente la hubiera llevado a calmar el desasosiego durante un tiempo, un tiempo corto, seguramente, después hubiera vuelto al mismo punto, porque estaba claro que aquella no era la solución y que sólo su corazón podía dictarle sus pasos, hacía donde dirigirlos y a donde buscar. Con total libertad, con fe y esperanza en encontrar lo que quería. Le daba las gracias a todos, a todos que de alguna manera habían incidido en su destino.
Decidida miró el móvil, llamó a Rosa y le dejó muy clara su determinación. Rosa al otro lado, sonrió agradecida, sin decir nada, astuta y reservada, como había sido siempre. Cuando acabó la conversación, cogió el móvil y con una fuerza casi inusitada en ella lanzó el aparato al agua. En pocos segundos, observó como éste se hundía, poco a poco, lentamente, en las profundidades del mar, a la vez que ella se sentía liberada. Notaba como el peso que la atormentaba, comenzaba a difuminarse, hasta esfumarse por completo. Ahora ya no necesitaría el teléfono para comunicarse con Rosa, porque aquella Rosa formaba parte de sí misma, era su guía interior, quien velaba por ella.
Entonces empezó a caminar mojándose los pies por la orilla del mar. Observaba como las olas resbalaban por encima de la arena y se llevaban las conchas de los moluscos.
De repente, aún con lágrimas de felicidad en los ojos, pudo distinguir los trazos de un dibujo hecho sobre la arena blanca de la playa. A lo lejos no podía asegurar de que se trataba, parecía una flor. Se acercó intrigada, quería saber que era, ¿quizás una flor para ella? Casi al llegar a la altura, una inoportuna ola cubrió ansiosa el dibujo, llevándose entre sus burbujas aquello que alguien parecía haberle dejado.