La Rosa de la Pasión




Todas las pasiones son buenas mientras uno es dueño de ellas, y todas son malas cuando nos esclavizan.
Jean Jacques Rousseau.



Cada vez que te miro siento como si el corazón se me acelerase y me fuera a salir por la boca. Cuando noto tu aliento, es como si una corriente eléctrica me traspasara la piel. Cuando te miro agradezco el placer de poder gozar de tu belleza, de la ternura de tu rostro, de la profundidad de tus ojos, firmes, llenos de luz.
Ocurrió un día de invierno. ¿Lo recuerdas? Aquel día nos conocimos, tú venías de trabajar, tus manos estaban heladas, ásperas, enrojecidas por el frío, Muy diferentes a tu rostro, de piel suave y de una belleza cegadora. Me miraste, me clavaste tu mirada. El corazón me latía rápidamente, tan rápido como la sangre me hervía. Llevabas un precioso vestido que se adivinaba bajo el viejo abrigo grueso y usado, de lana verde con botones nacarados del mismo tono, el mismo color que el de tus ojos. Caminabas con la cabeza baja, pensativa. Tuve curiosidad por entrar en tus pensamientos, te absorbían, por lo tanto debían ser muy interesantes, soy curioso por naturaleza.
Cada vez que te veo recuerdo aquel día, un día inolvidable para mí. No tenía ni idea de como iniciar una conversación, pero tenía el impulso de hacerlo, sabía que lo tenía que hacer. La atracción era irrefrenable. No fue en ningún momento una atracción sexual. Tus ojos me hablaban y me aclamaban a un tiempo. Que mirada, que elegancia. No puedo recordar una mirada similar.
Al día siguiente, me acerqué hasta la parada del autobús, allí donde sabía que tú bajabas siempre de lunes a viernes. Escondido en un rincón del portal de enfrente, te estuve observando con disimulo. Mientras tú caminabas con la cabeza bien alta y con tu especial encanto, aquel movimiento de caderas, tan sensual, tu pelo, largo, brillante, negro, cautivador. Casi era capaz de percibir tu perfume, intuía el olor, de rosas frescas, rosas tan frescas y agradables como tú. Caminabas calle arriba, sin prisa, sin pausa, directa a tu objetivo. Hechizadora. No me atreví a seguirte, me parecía una travesura. Entonces cuando te perdías en la distancia, entre la multitud, daba por finalizado el que era para mí el momento más entrañable del día. Así pasaron días, semanas, meses, no recuerdo cuantos. Si algún día no conseguía verte, aquella noche no dormía esperando a la mañana siguiente. No hubiera podido soportar la idea de que te ocurriera algo. Aquello habría sido mi perdición.
Aquella tarde llegaba con retraso a nuestra “cita”. Tú no me conocías, no sabías nada de mí. Pero yo en cambio lo quería saber todo de ti. Llovía, el viento soplaba fuerte, pero que más daba. Iría igualmente, nada ni nadie me podían frenar, nada me lo impediría. Tan pronto llegué, supe que ya te habías marchado. Pasaban casi diez minutos de la hora de llegaba de tu autobús. La decepción me embargó. Nunca me habías fallado. Era yo quien te había defraudado a ti, quien había perdido la oportunidad de refrescar mi mirada con la tuya. Las lágrimas se apoderaron de mí, de mi alma, de mi corazón. Te he fallado por primera vez, me tienes que perdonar. Te he fallado, perdóname.
Fui vagando bajo la lluvia sin saber donde ir. Caminé calle arriba, con la esperanza de encontrarte, de que te hubieras entretenido y así poderte atrapar. Falsa esperanza la mía. Iluso, - pensé.
No recuerdo a que hora llegué a casa. La ropa mojada, empapada de agua me estaba helando. Anhelaba con delirio que se hiciera de día, que pasaran las horas. Me venció el agotamiento. Desperté justo cuando el sol empezaba a asomar, la luz imperturbable de sus rayos, me envolvía. Agradecí su calor. Todavía llevaba la ropa húmeda, no había tenido fuerzas para quitármela. Que enfermedad es el amor. El sentimiento más grande y profundo que un ser humano puede sentir. Siento lástima por aquel que bien por orgullo, bien por impiedad no ha tenido la oportunidad de sentirlo. Un alma sin amor, es un alma vacía. Debería ser contagioso, debería haber una fórmula mágica capaz de penetrar directa al corazón y abrirlo, engrandecerlo y dejarlo disfrutar libremente.
Por suerte, sé lo que es el amor a una madre, a un padre, a los hermanos, a la familia. Desde que te conozco, sé lo que es el amor a una mujer. Desgraciadamente, no sé todavía que es el amor a un hijo. Conozco la amistad, tengo buenos amigos. Conozco la estima por un vecino, el compañero de trabajo, la chica tan simpática del supermercado, el muchacho sonriente de la charcutería, el locutor de la radio a quien nunca he visto la cara, pero es como si lo conociera de toda la vida. Aquella entrañable anciana que día tras día veo en el quiosco de enfrente de casa, como si el tiempo no pasara para ella. Y un largo etcétera de personas que nos rodean.
Desde que te conozco pienso que nunca más podré vivir sin ti. El no podértelo decir me rompe el corazón. ¿Y que puedo hacer...? simplemente continuar observando. Mi amor por ti es imparable. Si tuviera la oportunidad de demostrártelo…, te prometo que no te arrepentirías. Sería tierno, dulce, un amigo, un amante, claro, sincero, divertido. Te podría hacer reír, que sintieras tu cuerpo estremecerse de placer, erizarse tu piel, hasta que lágrimas de felicidad te inundasen las entrañas.

Son ya las cinco de la tarde, todavía faltan dos horas para nuestra cita, no importa, saldré ya, te esperaré tranquilo y a la vez impaciente. Al salir del metro, siento la fragancia de las flores, tengo un impulso, un impulso terrible de comprar flores. Miro rápidamente a mí alrededor y busco la tienda por la que se precipita el penetrante aroma. Pido una Rosa roja, hecha de terciopelo, con un perfume parecido al tuyo. Estoy entusiasmado. Pienso que ha sido una buena idea, la Rosa me ayudará, me dará valor para mirarte a los ojos y decirte que te quiero. Corro hacia el portal, sólo faltan cinco minutos para que llegue tu autobús. Se me hacen larguísimos. Tres minutos. Miro el reloj cada treinta segundos. Siento como si unas mariposas aletearan dentro de mi estomago, no sé bien porque, pero estoy nervioso. A medida que se acerca el momento, mi cabeza empieza a girar. Me reconpongo. Ningún día he tenido un sentimiento tan fuerte como el día de hoy. Hace frío, pero ni siquiera lo noto, sopla el viento, un viento gélido que lo congela todo menos los sentimientos. Es la hora. Miro a lo largo de la calle, hacia arriba, ya veo el autobús, baja en medio del tráfico. El corazón me late con violencia. El bus se para a tan sólo unos metros de donde estoy. Espero a que se vaya para buscarte, para observar como te abres paso entre la gente. Ya ha arrancado el autobús. Te busco. No te encuentro. No te puedo ver. ¿Donde estás? Cruzo la calle sin mirar, oigo los cláxons de los coches que han tenido que frenar violentamente, un sonido me atraviesa la cabeza. Empujo a la gente para abrirme paso. Buscándote con desesperación. Sigo sin verte. No es posible. Algo ha tenido que ocurrir. Nunca hasta ahora me habías fallado y ahora de repente, en tan sólo dos días, nos hemos fallado el uno al otro. ¿Que ha pasado Margarita...?
Lloro, lloro como un niño que no encuentra a su madre. Lloro como un niño perdido entre un sinfín de peligros. Lloro sin consuelo alguno, con la desesperación de pensar que aquello que da sentido a mi vida puede haberse acabado brutalmente. Sé que no soy racional. Sé que es muy posible que haya una sencilla explicación. La obcecación no me permite ver con claridad. Camino sin rumbo. Dos días seguidos sin ti, no creo poder soportarlo. Eres mi vida, eres mi luz.

Decido marchar, no sé a donde ir, no sé hacía donde dirigirme. ..

De repente, escucho una voz dulce a mi espalda. Insiste. Me está llamando. Me vuelvo para mirar. No me lo puedo creer. Estás aquí, a mi lado. Me miras directamente a los ojos. Puedo sentir tu amor. Me sonríes, sé que es una sonrisa sincera. Me acerco a ti, el cuerpo me tiembla, no me sostienen las extremidades. Por un instante creo que voy a desfallecer. Te tengo más cerca que nunca. Ahora ya a un sólo paso. Cojo la Rosa que abrazo entre mis manos. Te la ofrezco. Balbuceo, pero por fin las palabras me salen solas, con naturalidad, tal y como mi corazón las siente.

- Esta Rosa es para ti, Margarita, porque te quiero.